Hoy en día, el camino está oculto de nosotros. Por ejemplo, durante esta comida, pasaremos por 20 a 30 milímetros de Reshimot (impresiones). Esto es mucho, pero nadie va a sentirlo. Así será hasta que lleguemos a la entrada al mundo espiritual. Sólo entonces lo sentiremos.
Por el momento, es como si fuéramos a Madrid a través de una carretera sin señales, y sin saber cuánto tiempo más tendremos que seguir. Esto hace que el primero y el último metro en la carretera antes de ver Madrid, sean exactamente iguales para mí. A lo largo del camino, parece que nada sucede, sólo la misma carretera, árboles y campos.
No nos damos cuenta cuántas pequeñas acciones tomamos cada segundo que, todas juntos, componen nuestro avance. No es casualidad que no haya señales e indicadores de kilometraje a lo largo de ese camino. Esto se hace para que la persona pueda aprender a recibir placer del viaje mismo. Si estás avanzando hacia el otorgamiento, entonces, incluso en la oscuridad, debes experimentar alegría. De lo contrario, sólo estás reclamando una recompensa.
Por esta razón, la persona no debe esperar hasta el final del camino, no hay final. El camino termina cuando tú decides por ti mismo: “Yo no tengo un destino. Estoy contento con lo que tengo. Lo único que quiero es encontrar el placer del otorgamiento”. Recibes el premio cuando dejas de exigir, y esto significa que has alcanzado la meta.
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