Yo aspiro a ello como un niño que pretende ser un
adulto. Así es como él aprende. Lo mismo se aplica a nosotros cuando comenzamos
un nuevo trabajo. Usamos varios modelos para educarnos y así gradualmente
adquirimos las habilidades que necesitamos para cumplir con el trabajo.
Funciona de la misma manera con respecto a
nuestro trabajo espiritual. No sé qué es la Luz, ni sé cómo será para mí el
nuevo estado más elevado. La realidad superior está por fuera de nosotros y no
sabemos cómo abordarla; sin embargo, este mundo sólo fue creado para este
propósito; el deseo
común (general) fue dividido en billones de partes, permitiéndonos trabajar
con ellas, reunirlas una vez más y aprender como ajustarnos de manera que nos
permita eventualmente reconocer que, por una parte, somos incapaces de reunir
las piezas por nuestra cuenta y por otra parte, anhelamos lograr esto.
Entonces, nos damos cuenta que no sólo no estamos
dispuestos a trabajar en ello, sino que, en general, somos totalmente incapaces
de hacerlo. Pero, al mismo tiempo, al continuar actuando y hacienda esfuerzos,
comenzamos a sentir un enorme deseo de hacer que esto se vuelva realidad de
alguna manera.
De pronto, esos estados nuestros enormes,
diversos, y a menudo opuestos, se reúnen en una pieza. Aun se contradicen entre
sí ya que por una parte, debemos traer nuestro tremendo, egoísmo notorio y
por otra parte, debemos aspirar a la Luz, al otorgamiento.
Esos estados todavía son opuestos y aislados el
uno del otro. La Luz que los conecta y crea una vasija espiritual (un deseo y la
pantalla), aún
no ha descendido hacia ellos.
Hasta ahora, no hay una pantalla, ni conexión
alguna entre la Luz y el deseo. Ellos están separados uno del otro. Esta
oposición la sentimos dentro de nuestro deseo como algo muy intenso y
contradictorio, pero aun así debemos aspirar a hacer que esto suceda. Entonces,
sucederá.
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